jueves, 25 de julio de 2013

LA VIDA PERRUNA COMO EJEMPLO

 
 
 
Estando Diógenes el Cínico pidiendo limosna a una estatua, alguien le preguntó por qué lo hacía, a lo que este contestó: “Me acostumbro a ser rechazado”. Esta es una de las tantas anécdotas que podemos encontrar en cualquiera de los dos libros, La secta del perro y Vida de los filósofos cínicos -de Carlos García Gual y Diógenes Laercio, respectivamente-, que desde el año 1987 edita Alianza Editorial en su Biblioteca de clásicos de Grecia y Roma. Por medio de este, y otros muchos ejemplos, conocemos mejor cuál era la actitud filosófica de aquellos hombres -aunque no sólo hombres- que libremente decidieron seguir el estilo de vida cínico. Como muy bien explica Carlos García Gual, el término cínico proviene de la palabra griega kynikoí, y esta de kyón, que significa perro. Esta aclaración terminológica nos permite adivinar el porqué del carácter peyorativo que a lo largo de la historia ha ido adquiriendo esta palabra hasta nuestros días. El perro representaba para los griegos el animal impúdico por excelencia, que no sentía vergüenza por ninguno de los actos que realizaba, «a la manera bestial, pero sin la inocencia bestial». Llamar perro a alguien se convirtió en el peor de los insultos. De ahí surgió la vida perruna (la kynikós bíos), que caracterizó el estilo de vida tan peculiar de los miembros de esta escuela filosófica, también conocida con el nombre de la “Secta del perro”.
 
El cinismo, no obstante, adquirió su fama perruna, gracias, sobre todo, a la figura Diógenes de Sínope, apodado el Perro, que con su irreverencia y causticidad llevó los principios de esta filosofía hasta el paroxismo. Los cínicos no estaban interesados en la adquisición de grandes saberes teóricos, sino más bien en el aprendizaje de saberes prácticos que les permitieran sobrellevar felizmente su vida austera y contemplativa. Antístenes, precursor de esta corriente, fue quien propuso una ética basada en el ascetismo. Ser cínico, implicaba renunciar a todos los bienes materiales y, también, anteponer el cuidado del alma por encima de todo lo demás. Al mismo tiempo, era una actitud frente a la vida, mezcla de indiferencia e iconoclasia. De ahí la estética tan reconocible que los caracterizó, con el manto raído y el morral como únicos atuendos en su vida mendicante. Importaba tanto lo que decían, como la manera en que lo hacían; la risa sardónica, el sarcasmo y la crítica desinhibida y mordaz fueron sus principales armas para atacar sin miramientos a presuntuosos y charlatanes. Con el tiempo, y gracias a su atractiva irreverencia, influyeron a muchos hombres que veían en su modo de vida, una forma de salvación personal con la que poder hacer frente a la profunda crisis política y espiritual que asolaba las polis griegas a mediados del s. IV a.C. Así fue como nació, paralelamente, la literatura cínica, más interesada en desarrollar la parte ideológica, que en practicar la vida ascética. Gracias a ella se renovó el diálogo socrático y se difundieron nuevos géneros literarios como la anécdota, la fábula, la sátira o la parodia.
 
Los tiempos actuales son muy propicios para la reflexión, pero más aún para la subversión y el radicalismo cínicos. La conmoción espiritual que vivimos, sumada a la crisis y decadencia del Estado social que conocíamos hasta ahora, justifican una lectura atenta de La secta del perro, uno de los pocos estudios que existen en lengua castellana dedicados por entero a la divulgación de la filosofía cínica. Entre sus páginas se pueden encontrar ecos de muchos ismos actuales; pacifistas, anarquistas, antisistema y libertarios reconocerán en los cínicos muchas de sus proclamas y celebrarán como propia su actitud frente a la vida. También encontramos sorpresas, como la historia de la que fue, muy probablemente, la primera mujer feminista documentada de la historia; la cínica Hiparquía, que decidió renunciar a todos sus privilegios para entregarse a la vida ascética, al lado del tebano Crates. Ambos libros resultan muy nutritivos intelectualmente y logran estimular el espíritu crítico. La vida perruna, como presupuesto de vida austera y frugal que se resume en el adagio latino omnia mea mecum porto, puede servir de inspiración a muchas propuestas ecológicas actuales. Y moderando su apología radical a la vida conforme a la naturaleza, podemos encontrar en sus proposiciones un verdadero ejemplo de contención a la pulsión materialista-consumista, tan devastadora en nuestros días. Y aún más, encontramos una invitación a desenmascarar mentiras, falsedades y poses que nacen de la vanidad, y que se practican sin pudor entre quienes ostentan los mayores privilegios. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la filosofía cínica fue, en el fondo, una filosofía plebeya.
 

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