El hecho de que a finales de 2011
desapareciera la única subvención pública que recibían revistas culturales tan
reconocidas y de tan larga trayectoria como Le Monde Diplomatique o El
Viejo Topo, consistente en la compra de suscripciones con destino a las
bibliotecas públicas, es algo que pasó desapercibido para el común de la gente
sin que mediara protesta alguna en defensa de la democracia informativa.
Pascual Serrano nos recuerda este dato en su reciente libro La comunicación
jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes para llamarnos
la atención sobre la creciente vacuidad del periodismo actual, y de cómo este
deviene síntoma de una transformación social más profunda en la manera de
pensar, de informar y de comunicarse.
El libro intenta explicar las
nefastas consecuencias que el “binomio” formado por las nuevas tecnologías e internet ha tenido en la
institución de una nueva sociedad de la información, caracterizada en su mayor
parte por lo que el autor ha acertado en llamar “jibarización”. El término
resulta apropiado en tanto que refiere al secreto guardado por una tribu del
Amazonas, los jíbaros, que tienen la peculiar habilidad de momificar cabezas
humanas, manteniendo perfectamente sus rasgos. De ahí que jibarizar quiera
decir “reducir el tamaño o la importancia de algo”. La cabeza momificada de los
jíbaros se convierte así en una poderosa metáfora que ayuda a explicar mejor en
qué consiste exactamente esa jibarización de la comunicación y el pensamiento
en un contexto informativo que se define por la sobreabundancia, la inmediatez
y el culto a la brevedad. Pascual Serrano explica muy bien en su Introducción
cuál es el propósito del libro, de advertencia frente a las nuevas tecnologías,
y frente a lo que considera una paradoja preocupante, como es la tendencia por
parte de medios y personas a la reducción simplificadora de una realidad
sumamente compleja. El autor repasa a lo largo de sus páginas muchos de los
avances producidos por la innovación tecnológica, y hace especial hincapié en
algunos de los más recientes, como las redes sociales Twitter y Facebook,
los llamados Memes o el omnipresente y casi omnisciente Google.
En cualquier caso, como muy bien apunta, todas estas innovaciones van
ligadas a los intereses subterráneos de las grandes empresas y multinacionales
que se ven beneficiadas por este desplazamiento de lo real a lo virtual, lo
cual llama a interrogarse una vez más por el papel que jugamos nosotros como
usuarios de estas tecnologías, y a preguntarse, también, hasta qué punto
la democratización en el acceso a la información ha implicado una mejora
sustancial para el conjunto de la ciudadanía. Quizás, el hecho de que la
“pantalla encendida” haya acabado por sustituir a la letra escrita es ya, de
por sí, muy significativo de las transformaciones vividas en este ámbito tan
decisivo. Como dice Serrano, la nueva sociedad de la información «combina lo
útil y lo agradable, la propaganda y la ilusión, supedita el sujeto al objeto,
el contenido al continente, el fondo a la forma y el mensaje al medio».
Especialmente interesantes resultan los capítulos dedicados a analizar las
redes sociales y los objetivos ideológicos que subyacen en todo este proceso de
conversión, que nos ha hecho pasar de un mundo analógico a otro virtual,
modificando con ello todas las pautas humanas de comportamiento frente a la
realidad. Al respecto, el autor cuestiona la importancia que se les ha dado
como supuesto agente de cambio y transformación social;
cambio, por otro lado, solo observable en el mundo virtual y que no
deja ser un espejismo que ha despojado a muchos pretendidos intelectuales de
sus máscaras. También llama la atención sobre el supuesto carácter progresista
y democratizador atribuido a las redes sociales, que no hacen más que
reproducir un «modelo de funcionamiento reaccionario y conservador», con
jerarquías basadas en el reconocimiento mediático, más que en los méritos
intelectuales y académicos de muchos de sus “famosos”. Por todo ello, Pascual
Serrano reivindica, como propuestas para superar este nuevo escenario
comunicacional multidifuso, recuperar cuanto antes los formatos, los contenidos
y las actitudes de antaño: estableciendo redes reales en sustitución de las
virtuales; reforzando el protagonismo de los libros como estandarte para la
difusión de conocimientos e ideas potencialmente transformadoras, y fomentando
una nueva cultura del esfuerzo que pueda hacer frente al nuevo canto de sirenas
tecnológico.
Si hay que ponerle alguna pega al
libro, es quizás su excesiva fragmentación y la sobreabundancia de referencias
y citas. Si bien, por su cuidada selección, la sobreabundancia no supone
desorientación ni aturdimiento, sino más bien nutritiva sustancia que resulta
muy útil para estimular ese sano ejercicio que es la reflexión no autocomplaciente.
Cabe decir, por último, y a modo de sugerencia, que un glosario o índice
analítico final hubiera sido de gran utilidad para concretar así su marcado
espíritu pedagógico.
No puedo hacer más, por tanto, que
acabar recomendado la lectura de este libro por su claro acento admonitorio y
por la rica descripción que hace de los síntomas de esa enfermedad que
padecemos, que bien podría llamarse, como sugiere el autor, jibarización.
También, y no menos importante, porque concreta con propuestas claras y bien
fundamentadas cómo hacer frente al «tsunami de superficialidad y banalidad al
que estamos asistiendo» hoy. Su lectura, en definitiva, nos hace tomar
conciencia de la herida cultural dejada por ese binomio fatal de las nuevas
tecnologías e internet que,
igual que una cabeza momificada de jíbaro, ha reducido el vasto y complejo
mundo de la comunicación a una mera y bondadosa apariencia.
La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología
ha cambiado nuestras mentes. Pascual Serrano.
Ediciones Península, 2013. 204 páginas. 13’50€