lunes, 13 de octubre de 2014

DELINCUENTES, PERO NO TANTO




El Edipo de Sófocles y el Ricardo III de Shakespeare; la paulatina sofisticación en la fabricación de billetes y el desarrollo de cerraduras cada vez más seguras y resistentes; toda la policía y toda la administración de justicia penal formada por esbirros, jueces, jurados, etc., el derecho penal mismo, los profesores que imparten esta materia y sus compendios o la, hoy, cada vez más importante ciencia criminalística; la química práctica que se encarga de vigilar las adulteraciones de mercancías; los organismos que velan por la seguridad y legalidad en las transacciones comerciales; los ingenios mecánicos que la tortura propició, así como todas las ramificaciones en la industria que todas estas actividades llevan aparejadas son ejemplos del conjunto de fuerzas productivas que impulsa el delincuente. Esta era la opinión de Karl Marx en el texto póstumo que escribió entre 1860 y 1862 bajo el título "Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones" y que Sequitur ha editado con el sugerente título Elogio del crimen.

Desde tiempos inmemoriales el delito se ha venido considerando como algo esencialmente malo, nocivo y el más reprensible de cuantos comportamientos pueda tener una persona que vive en sociedad. Era así en Roma y lo es ahora en la España desquebrajada y supurante de hoy. Karl Marx, empero, analizó la cuestión desde otro punto de vista haciendo especial hincapié en el entramado de fuerzas productivas que conforman la economía capitalista. Es precisamente aquí donde el delincuente cobra nueva dimensión y queda despojado de todos los prejuicios que a lo largo de la historia sobre él han recaído. Pues como tal cumple una función primordial con la producción de delitos. Sí, el delincuente produce, igual que el carpintero o el escritor, y lo que produce son delitos. Siguiendo con su análisis, los delitos a su vez han suscitado todo tipo de transformaciones en la cultura, en la ciencia y en el sistema productivo de las sociedades antiguas y modernas. Por lo tanto, como dice Marx, el delito y el crimen son útiles y cumplen una función social: unas veces a modo de compensación natural y otras como fuerza impulsora de producción, pues sus constantes ataques a la propiedad privada no sólo rompen la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa, sino que también propician el desarrollo de todo un conjunto de fuerzas productivas, que tienen por finalidad la prevención y evitación de sus acciones, en unos casos; y el estudio y comprensión del fenómeno, en otros. También, y no menos importante, son los delitos como fuente de inspiración para artistas de todas las clases y épocas, por lo que su huella en la cultura es indeleble. En todo caso, la delincuencia es un mal, pero es un mal necesario sin el que las sociedades se hubieran "estancado y decaído”, en palabras que toma de Mandeville. Es una contrafuerza, un motor subterráneo que mueve y conmueve muchas más cosas de las que en apariencia, las apariencias nos muestran en el día a día.

Este pequeño opúsculo se compone -aparte del ya citado texto de Marx- de una Obertura a modo de prólogo de Ludovico Silva, cuatro textos más de Karl Marx, “Pena capital”, “Crimen y pauperismo”, “La ley y el delito” y “Filantrópica burguesía”, que complementan su “Elogio del crimen”, un breve interludio sobre la estupidez de Carlo M. Cipolla y, por último, dos textos suplementarios de Émile Durkheim, “Normalidad del crimen” y “Función del castigo” que hacen de contrapunto a todos los anteriores. El editor y traductor Javier Eraso Ceballo compone para Sequitur una excelente obra, breve pero muy concisa, donde el aparente desorden de los textos esconde una cuidadosa selección, pues se interrelacionan y complementan formando un todo, en el que cada pieza cumple una función que enriquece todo el conjunto. Especial atención merece el texto de Silva, ya que resulta muy útil para comprender la importancia de Karl Marx, más como científico social que como el ideólogo y profeta que muchos han querido ver en él. También, porque nos ayuda a entender con agudeza las particularidades de su estilo literario.

Resulta clave comprender, por ejemplo, que la gran metáfora descubierta por Marx es la misma sociedad capitalista, su alienación. Vivimos en un mundo invertido en donde, como él decía, toda cosa está preñada de su contrario. El sentido de la sociedad capitalista no tiene sentido, he aquí la trampa. Y no tiene sentido porque todo en ella son apariencias con formas distintas (régimen jurídico, Estado, etc.), cuyo objetivo principal es ocultar la estructura económica que subyace a la sociedad así constituida. Las cosas ya no valen por lo que son, sino por lo que pueden cambiarse; ya no interesa la calidad, sino la cantidad; ya no es, en definitiva, el valor de uso lo que importa, sino el valor de cambio. Lo fundamental para el sistema ya no es el hombre concreto, sino el hombre abstracto productor de riquezas, y la división del trabajo ahora es división del trabajador. Como bien dice en su Crítica a la economía política: “Un tomo de Propercio y ocho onzas de rapé pueden aspirar al mismo valor de cambio a pesar de la disparidad de los valores de uso del tabaco y de la elegía”. La grandeza de Marx está, precisamente, en lograr caracterizar todo un sistema económico con un solo ejemplo de apariencia insignificante. Y es que se puede conocer más o menos a Marx, se puede ser más o menos marxista, pero ya no es posible no conocer a Marx y pretender al mismo tiempo ser alguien mínimamente científico.



Elogio del crimen, Kral Marx, Ediciones Sequitur. 2010. Madrid. 80 págs.

sábado, 6 de septiembre de 2014

BREVE APOLOGÍA DEL BUEN TRABAJO



En 1880, Paul Lafargue escribió un opúsculo titulado El derecho a la pereza, en donde, contrariamente a lo que su título invita a pensar, más que propugnar la abolición del trabajo proponía una nueva manera de entenderlo. Lo que el yerno de Karl Marx criticaba era la explotación capitalista del trabajo, aquella que propugna la ética burguesa y que lo convierte en un sufrimiento, en un dolor parecido al que provocaba el patibulario tripalium, antiguo instrumento de tortura cuyo nombre derivó con el paso del tiempo en el sustantivo que hoy conocemos. Lafargue también proponía, como más tarde haría Keynes, una jornada de trabajo de tres horas diarias argumentando que eran suficientes para la subsistencia humana. Tomás Moro, en su libro Utopía, proponía seis y Bertrand Russell consideraba que bastaba con cuatro. Estos datos, que sorprenderán a más de uno, los recoge Jorge Riechmann en su reciente libro publicado por Catarata ¡Peligro! Hombres trabajando. El trabajo en la era de la crisis ecológico-social.

Posiblemente, no existe en la actualidad ningún término politico-económico que refleje tan bien la ambivalente condición humana como la noción de trabajo. Y en el libro de Riechmann encontramos el porqué. Junto con la naturaleza y el capital, el trabajo es considerado por la economía clásica como uno de los tres factores de producción capitalista. Ahora bien, sólo el trabajo y la naturaleza son factores productivos por sí mismos, es decir, que solos o combinados entre ellos son capaces de producir y crear. El capital, mal que les pese a algunos, precisa de la combinación con los otros dos para llegar a ser productivo. Paradójicamente, su productividad también puede resultar sumamente destructiva si se combina con el trabajo de forma descontrolada, como sucede ahora en lo que da en llamar con acierto “mundo postfosilista”, esto es, un mundo lleno en el que la naturaleza —a diferencia del trabajo y el capital— se agota irremediablemente sin que exista ninguna posibilidad de reproducirla. Pero, volviendo a nuestro tema, ¿qué es lo que hace que el trabajo sea hoy un concepto tan ambiguo? ¿Por qué unos lo ven como algo bueno y necesario mientras que otros lo consideran una nueva forma de esclavitud que tiene que ser abolida? El autor no ignora los 12,3 millones de trabajadores forzosos que según la OIT existen en la actualidad en todo el mundo. Como tampoco la división clasista y sexual del trabajo que devino con la industrialización y la consiguiente implementación de salarios ligados al factor tiempo. Su esfuerzo, por el contrario, se concentra en subrayar aquellos aspectos del mismo que favorecen el cumplimiento humano y la sustentabilidad de la vida en el planeta. Habla de trabajo productivo, pero también, y esto hay que remarcarlo, de trabajo reproductivo: ese trabajo sistemáticamente ignorado, silenciado y menospreciado -pero tan indispensable para la vida humana y la pervivencia del sistema- que se ocupa de los cuidados (cuidado del hogar, de las personas, de las relaciones afectivas, etc,) y que tan injustamente viene desempeñando la mujer. Como nos advierte: “Preservar y cuidar lo que hay tendrá en general más importancia que producir y crear lo que no hay". Quizás, si se comprende el trabajo en las tres dimensiones básicas que propone E. F. Schumacher en su libro “El buen trabajo” (producción, autorrealización y socialización), es más fácil entender por qué es una palabra tan ambigua. Porque lo determinante es cómo producir, cómo autorrealizarse y cómo socializarse. Recuerda también que no hay que huir del trabajo manual, sino que debemos recuperarlo y revalorizarlo culturalmente para construir una nueva ética del trabajo que sea más igualitaria y sustentable. Todo esto, entre otras cosas, es lo que defiende Riechmann.

¡Peligro! Hombres trabajando está dividido en dos partes muy bien diferenciadas. La primera corresponde a la introducción del libro en la que Riechmann aborda todas las cuestiones sobre el trabajo a las que se ha hecho referencia aquí. La segunda, está conformada por una extensa selección de artículos recopilados por el autor con la colaboración de Carmen Madorrán y María Echavarría, que extrañamente solo se agrupan por título, sin un orden cronológico ni criterio temporal que facilite su aprehensión, lo que hace que acaben resultando bastante prescindibles; tanto más cuanto que lo más sustancial y revelador del libro se encuentra en la parte introductoria. Por lo demás, Riechmann hace bueno el dicho de Gracián de “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Su introducción es un trabajo rico y minucioso que atesora datos de gran interés, citas reveladoras y multitud de reflexiones personales que invitan a replantearse muchas cosas del orden actual, incluidas también propuestas tan controvertidas como la Renta Básica Universal a la que da oportuna réplica. Se convierte así en un excelente libro de consulta, de aquellos indispensables que conviene tener siempre a mano, y cuya lectura siempre será recomendable.

En el contexto actual, en un país con seis millones de desempleados y en donde trabajar no garantiza la subsistencia de muchas familias, es importante recuperar, como hace Riechmann, una idea de trabajo común que nos ayude a reformular una nueva ética desligada de los intereses burgueses: una nueva ética del trabajo que promueva la igualdad, la sustentabilidad ecológica y en la que los de abajo sean sus principales protagonistas. El reto no es pequeño, pero es esperanzador y nos alienta a unir esfuerzos y a reivindicar el Jeito, ese esfuerzo por hacer las cosas bien y por cumplir con nuestras obligaciones para con los demás que nos permita autoconstruirnos como sociedades decentes y como personas que valgan la pena.


Peligro! Hombres trabajando. El trabajo en la era de la crisis ecológico-social. Jorge Riechmann. Ediciones la Catarata. 2013. Madrid. 207 págs.

jueves, 15 de mayo de 2014

LA ERA DEL NACIONALCAPITALISMO ECOCIDA


En 1995, el reconocido biólogo Ernst Mayr sostuvo que sería muy poco probable encontrar vida inteligente en otros planetas con el inquietante argumento de que nuestra especie es una mutación letal que está condenada a extinguirse en poco tiempo. Según Mayr, lo que nos convierte en tan fatídica mutación es la concurrencia de dos factores de suma importancia desde un punto de vista evolutivo: somos una especie inteligente y numerosa. Lo hizo en un debate mantenido con el astrofísico Carl Sagan, en torno a la posibilidad de encontrar vida inteligente más allá de la Tierra. Esta anécdota la explica Noam Chomsky en una de las conferencias recogidas y traducidas por Jorge Majfud en el libro Ilusionistas. Con ella, el intelectual norteamericano quiere llamar la atención acerca de la necesidad de tomar conciencia de la magnitud del problema global que supone la degradación del medio ambiente provocada por el desarrollo insostenible de un orden mundial racionalizado irracionalmente.

A lo largo de las cuatro conferencias, el célebre lingüista intenta explicar cómo hemos llegado hasta aquí; y lo hace subrayando, en primer lugar, la importancia que ha tenido —y tiene todavía hoy— la cultura del imperialismo que los Estados Unidos empezaron a gestar a principios del siglo pasado. En efecto, desde su independencia, los EE.UU. han ido configurando por la fuerza un nuevo orden mundial hegemónico hecho a la medida de sus intereses, principalmente económicos pero también militares (siendo, estos últimos, los que en primera y última instancia garantizan los primeros). Además, Chomsky ilustra eficazmente cómo esto ha sido posible: por un lado, por ser EE.UU. un país forjado sobre la base de un sistema de gestión empresarial que ha podido desarrollarse al margen de los tratados económicos que regían las relaciones comerciales entre las principales potencias europeas hasta finales del siglo XIX (y, más concretamente, por haberlo hecho pasando por encima del cadáver de Adam Smith); por el otro, por haber tenido la gran sagacidad de hacerlo enarbolando la bandera de las democracias europeas —prometiendo, por tanto, todos los principios y valores que estas conllevan— mientras que deliberadamente hacía —y hace— todo lo contrario. Dicho de otro modo: se ha comportado las más de las veces como un Estado totalitario global que dicta todas las políticas del mundo occidental e influye directamente en todas las demás, en tanto que potencia económica y militar más importante del planeta. Por último, pero no menos importante, por el uso muy oportuno de una innovación jurídica que ellos mismos crearon para legitimar el bombardeo sobre Libia en 1989 pero que hunde sus raíces en los acuerdos que Occidente (bajo el liderazgo de Woodrow Wilson) tomó en 1918 para hacer frente al “peligro” ruso tras la Revolución de Octubre: el llamado “derecho a la legítima defensa en contra de ataques futuros”. Desde entonces, la invocación a este derecho les ha permitido legitimar interna e internacionalmente todas las guerras, ocupaciones e invasiones en las que ha participado o de las que ha sido protagonista. Y siempre en nombre de la Democracia, por supuesto. De hecho, la tergiversación deliberada del concepto de Democracia tal y como Occidente lo ha conocido durante casi cien años es una de las claves del éxito que ha permitido a los EEUU convertirse en la principal potencia predadora de la Tierra sin que apenas lo haya notado la mayor parte de la población mundial.

Chomsky no se olvida de citar los nombres e instituciones que están detrás de este plan perfectamente programado desde que los máximos mandatarios del nuevo país emergente se dieron cuenta de que podían convertirse en los amos del mundo. Y también traza una breve cronología de la consolidación del Imperio: primero con la anexión de Texas y México, seguidamente con Haití y la República Dominicana, Cuba, Canadá (donde fracasaron), y más tarde con Venezuela, pasando por América Central y hasta el establecimiento de lo que denominaron la nueva Gran Área de interés geoestratégico, que no era otra que Oriente Medio. Así, paralelamente a presidentes como Wilson, Reagan, Bush I, Clinton, Bush II y Obama, destacan instituciones como la CIA o Wall Street, que en perfecta connivencia han logrado sus objetivos de poder, dominación e influencia mundial. Y es en este contexto donde las grandes corporaciones y el sistema financiero han jugado un papel destacado.

Ilusionistas es un libro notable, perfectamente ensamblado y en donde cabe destacar el prólogo de Jorge Majmud, que facilita una mejor comprensión del libro y ofrece unas interesantísimas aportaciones en línea con el pensamiento chomskiano. Es, en definitiva, en una edición muy cuidada que merece toda nuestra atención.

Hoy, quizás más que nunca, conviene reivindicar la lucidez, la generosidad y la sabiduría de una intelectual de la talla de Chomsky, de quien a veces parece que, por ser el intelectual vivo más citado del mundo, ya se sabe todo. Las reflexiones que contiene Ilusionistas me parecen clave para la comprensión del Orden Mundial engendrado por EE.UU. y de valor inestimable por su potencialidad revolucionaria; máxime en un momento en que, como recuerda el autor, la grave crisis ecológica que estamos padeciendo se ha convertido en una externalidad más del sistema económico-financiero que, si no conseguimos revertir, será letal para toda la humanidad.

lunes, 13 de enero de 2014

GUÍA PARA UN FUTURO POLÍTICO



En 1999, en el transcurso de una reunión de activistas y académicos en Amherst (Massachussets, Estados Unidos), uno de los asistentes fue tachado de “demasiado lógico”, en el bien entendido de que no se le criticaba por hacer un uso inadecuado de la lógica sino, más bien, de hacer un uso excesivo de ella. Se le acusó, en suma, de presentar demasiadas evidencias, hipótesis y argumentos, y muy pocas descripciones emotivas, lo cual se consideraba como manifiestamente imperdonable. Esta es una de las tantas anécdotas que podemos encontrar en el libro de Eugenio del Río De la indignación de ayer a la de hoy. Transformaciones ideológicas en la izquierda alternativa en el último siglo en Europa occidental, editado por Talasa. La cita pone de relieve el antirracionalismo como una de las grandes cuestiones que a juicio del autor el pensamiento de izquierdas, entendido como una gran argamasa ideológica, debe afrontar y repensar seriamente si quiere hacer frente con éxito a los retos que la crisis del modelo político actual impone a una gran mayoría ciudadana.

Concebido como un itinerario, o guía de consulta, para la reflexión crítica, el libro hace un exhaustivo análisis de lo que hoy entendemos por izquierdas alternativas, lo que no es una tarea fácil si atendemos a todas las transformaciones e hibridaciones que desde sus orígenes -que el autor sitúa allá por 1889, con la fundación de la Segunda Internacional Socialista- la Izquierda ha sufrido a lo largo de la historia en Europa occidental. No obstante, su interés se centra en el subgrupo de izquierdas radicales o revolucionarias -de las que él mismo formó parte durante muchos años como miembro del Movimiento Comunista de España- que más tarde se disgregarían para formar el gran mosaico de organizaciones y movimientos políticos y sociales contestatarios de la actualidad. Del Río desglosa muy bien cómo se llega, de los grandes partidos socialdemócratas de principios del siglo XX, al movimiento antiglobalización -y todos sus correlatos- de la primera década del siglo actual. La nueva izquierda o izquierda moderna, de la que surgen los principales partidos políticos de izquierda actuales, aparece en los años cincuenta tras un período de guerras y revoluciones de gran magnitud, ocurridas en el continente europeo tras el estallido de la I Guerra Mundial; pero se desarrollará y acabará configurando durante las tres décadas posteriores por influencia de acontecimientos tan importantes como la Revolución cubana, la Guerra de independencia de Argelia, la Revolución Cultural china o la Guerra del Vietnam. Las referencias históricas se mezclan con el minucioso examen del sustrato ideológico que ha ido pergeñando el pensamiento de la izquierda radical hasta nuestros días; la influencia de revistas como Partisans o The New LeftReview, así como la “pasión revolucionaria” alentada por los episodios históricos más relevantes en cada momento de este período -que abarca casi cincuenta años-, son tratados con especial atención. El autor considera el marxismo como el epicentro de todo ese magma ideológico que surge de la experiencia histórica y de las pasiones renovadas de una sociedad atravesada también por ideales románticos que tan bien encarnan los nacionalismos actuales. En la primera parte del libro, se ocupa de analizar en profundidad la influencia del marxismo y su -como bien conviene en llamar- “fuerza y debilidad”; revela sus principales aciertos, contradicciones y paradojas, pero recalca sobre todo las mutaciones que ha sufrido en el transcurso de los años, muchas de las cuales nutren el imaginario actual de las autoproclamadas vanguardias de la izquierda revolucionaria. Cuestiones como el uso de la violencia o el desprecio que éstas muestran por la ciencia, lo occidental o la verdad son puestas sobre el tapete y miniaturizadas hasta dejarlas en evidencia. Tres apéndices (sobre el 15M, la generación antifranquista y las aportaciones de la Revolución Cultural china) completan su excelente trabajo.

El libro de Eugenio Del Río es riguroso, generoso y de buena factura; su lectura es amena y su prosa clara y entendible para cualquiera que se lo proponga. Además, cuenta con valiosísimos cuadros, esquemas y resúmenes que ayudan a visualizar con facilidad y rapidez de dónde viene y por dónde ha discurrido esa cosa que llamamos “Izquierda”. La única observación que se me ocurre hacer es que a veces cuesta un poco definir con exactitud el alcance del concepto de “Izquierda alternativa”, si bien ello no dificulta para nada la comprensión global de la obra y el lector acaba por situarlo de forma bastante intuitiva (pero es un detalle que desde una perspectiva logicista puede llegar a fastidiar a más de uno).

De la indignación de ayer a la de hoy es un manual, una guía, un recurso indispensable para poderse orientar con claridad en medio de la densa niebla que cubre el horizonte de la Izquierda en estos momentos de confusión generalizada. Por su alegato a favor de la ciencia, de la verdad, de “lo occidental” -entendido esto como la encarnación de la modernidad democrática que ha posibilitado los mayores avances para el conjunto de la humanidad- es una obra de orfebrería analítica que no permite ningún juicio emocional: se lee, se entiende y se asimila. El libro llama a la honestidad política, pero también a la humana; llama a la humildad y a la ponderación en el juicio; no concibe revoluciones donde “no hay asideros empíricos que la posibiliten”. En definitiva, propugna una suerte de ciencia comunista que sea capaz de recuperar aquel “método científico” que la llevó a protagonizar, en el pasado, las más grandes conquistas logradas en beneficio de millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Una ciencia que nos sirva, al fin y al cabo, para poder hacer frente, de la forma más segura y predecible, al incierto futuro que se nos cierne.


De la indignación de ayer a la de hoy. Transformaciones ideológicas en la izquierda alternativa en el último siglo en Europa occidental. Eugenio del Río, TALASA Ediciones, 2012. Madrid. 279 págs.