sábado, 9 de noviembre de 2013

LA UTILIDAD DE LA FILOSOFÍA

 
 
Cuando Sócrates demostró a Menón que sí que era posible conocer, lo hizo de una manera muy admirable e insólita; mandó traer un esclavo y después de dibujar un cuadrado en el suelo le preguntó si sería capaz de hacer uno el doble de grande. Por medio de las preguntas que Sócrates le iba haciendo, el esclavo logró, finalmente, dibujar un cuadrado el doble de grande sobre la diagonal del primero, aplicando correctamente lo que, sin saberlo, era el Teorema de Pitágoras. Frente a esta demostración tan incontestable, Menón no tuvo más remedio que aceptar que estaba de acuerdo con el esclavo y, por lo tanto, que ambos eran iguales ante la resolución de dicho teorema. Este episodio, muy bien traído por Carlos Fernández Liria en su ¿Para qué servimos los filósofos?, explica el importantísimo papel que jugó la geometría en el nacimiento de la filosofía en Grecia y en el posterior desarrollo de la cultura Occidental, sentando las bases de la Ciencia y el Derecho.
 
El lema impuesto por el Dios Mercado al nuevo modelo universitario europeo “La universidad al servicio de la sociedad”, que se plasmó en 1999 con la implantación del Plan Bolonia y el nuevo Espacio Europeo de Estudios Superiores (EEES), sirve a Fernández Liria para articular todo un discurso demoledor en contra del desmantelamiento, casi definitivo, del proyecto ilustrado que desde Tales, pasando por Platón y Aristóteles hasta llegar a Kant y Hegel, veía en el Estado de Derecho el mejor de los gobiernos posibles, pero no tal como se entiende ahora, sino tal como debería haber sido de no haberlo impedido el capitalismo; es decir, entendido como el gobierno de la razón y de-sus-leyes, no de los hombres. Dicho lema, sin embargo, encierra el paradigma de la sinrazón actual o, sencillamente, una mentira; pues como muy bien señala el autor, cuando se habla de “la universidad al servicio de la sociedad”, a lo que los ideólogos del Plan Bolonia se estaban refiriendo era, en realidad, a los mercados y a la posibilidad de que los nuevos estudios universitarios respondieran adecuadamente a los intereses y demandas de este. Así, bajo un aparente barniz de razón y generosidad, el autor denuncia la pasividad, cuando no entusiasmo, con el que gran parte del mundo académico recibió la supuesta “revolución” educativa, que llegaba con la promesa de desempolvar la vieja cátedra de los doctores. Y aquí es donde la filosofía juega -siempre ha jugado, de hecho- un papel importante en tanto que observatorio de la realidad, pero bajo un lema bien distinto: “razón, verdad y justicia”. Es importante subrayar esto, ya que son precisamente estas tres cosas las que hacen, justamente, que valga la pena vivir nuestras vidas. El libro repasa las aportaciones más valiosas que desde sus orígenes en Grecia, allá por el siglo VI a.C., ha hecho la filosofía a lo largo de la historia. No son pocas y Fernández Liria se ocupa de desarrollarlas e interrelacionarlas, recordando sus hitos más significativos; muestra, por ejemplo, como la razón, la justicia o la fraternidad, alumbraron avances tan importantes como la ciencia, el derecho y sus correspondientes conquistas ulteriores, como el hiperdesarrollo científico o la Revolución Francesa, por citar algunos ejemplos. También explica muy bien por qué el progreso debe definirse en relación a las libertades ganadas y no en relación a los adelantos que suponga en el tiempo; o por qué la razón necesita de condiciones materiales para realizarse, y lograr así sobreponerse a la insaciable voracidad del tiempo. Acaba el libro reivindicando la función catalizadora de la filosofía que tiene la capacidad de transformar cada esbozo de realidad en conocimiento inteligible, lo que no es poco, si tenemos en cuenta que cada vez resulta más difícil y costoso el acceso a la verdad.
 
¿Para qué servimos los filósofos? Es un libro muy bien madurado y trenzado que abarca muchos de los grandes temas que ayudan a entender mejor por qué se ha llegado a la situación actual y por qué es la universidad, precisamente, una de las piezas clave en las posibilidades de progreso que todavía conservamos. Quizás, el título escogido no hace justicia al libro y podría disuadir a más de un potencial lector antes de comprarlo o de tomarlo prestado en alguna biblioteca -pública, por supuesto-. Pero esto debe entenderse como un detalle menor si se tiene en cuenta la excelente exposición de todo el conjunto.
 
Su lectura, por tanto, es más que recomendable para todos aquellos que quieran comprender la importancia que tiene, ha tenido -y esperemos que siga teniendo- la filosofía en el desarrollo de las sociedades humanas más allá de Occidente, muy especialmente por lo que respecta a la ciencia y el derecho que, como dice Fernández Liria, son los únicos aspectos civilizatorios que nos permiten saber si avanzamos o retrocedemos cuál brújula de la historia. Después de leer el libro sabemos, por ejemplo, que la proliferación de contratos eventuales en el ámbito universitario -especialmente los de profesores que no han tenido que defender para ello ninguna oposición pública- no responde, como algún ingenuo podría pensar, al interés por reforzar la excelencia educativa ni a un súbito incremento de los alumnos, sino más bien a las exigencias impuestas por un nuevo modelo de universidad, mercantilizado y papanatista, que está mucho más interesado en fomentar el espíritu capitalista del sistema que en seguir siendo estandarte de la verdad. Es por todo ello que conviene no olvidar uno de los mensajes fundamentales del libro, el de que sería un error pensar que la filosofía es una cuestión puramente teórica, pues además de haber posibilitado el desarrollo científico, también puede ser una herramienta inmejorable para la formación ético-política de las personas.
 
 
¿Para qué servimos los filósofos?, Carlos Fernández Liria. Los libros de la Catarata, 2012. 155 págs. 14€

viernes, 4 de octubre de 2013

LA HERIDA TECNOLÓGICA



El hecho de que a finales de 2011 desapareciera la única subvención pública que recibían revistas culturales tan reconocidas y de tan larga trayectoria como Le Monde Diplomatique o El Viejo Topo, consistente en la compra de suscripciones con destino a las bibliotecas públicas, es algo que pasó desapercibido para el común de la gente sin que mediara protesta alguna en defensa de la democracia informativa. Pascual Serrano nos recuerda este dato en su reciente libro La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes para llamarnos la atención sobre la creciente vacuidad del periodismo actual, y de cómo este deviene síntoma de una transformación social más profunda en la manera de pensar, de informar y de comunicarse.
 
El libro intenta explicar las nefastas consecuencias que el “binomio” formado por las nuevas tecnologías e internet ha tenido en la institución de una nueva sociedad de la información, caracterizada en su mayor parte por lo que el autor ha acertado en llamar “jibarización”. El término resulta apropiado en tanto que refiere al secreto guardado por una tribu del Amazonas, los jíbaros, que tienen la peculiar habilidad de momificar cabezas humanas, manteniendo perfectamente sus rasgos. De ahí que jibarizar quiera decir “reducir el tamaño o la importancia de algo”. La cabeza momificada de los jíbaros se convierte así en una poderosa metáfora que ayuda a explicar mejor en qué consiste exactamente esa jibarización de la comunicación y el pensamiento en un contexto informativo que se define por la sobreabundancia, la inmediatez y el culto a la brevedad. Pascual Serrano explica muy bien en su Introducción cuál es el propósito del libro, de advertencia frente a las nuevas tecnologías, y frente a lo que considera una paradoja preocupante, como es la tendencia por parte de medios y personas a la reducción simplificadora de una realidad sumamente compleja. El autor repasa a lo largo de sus páginas muchos de los avances producidos por la innovación tecnológica, y hace especial hincapié en algunos de los más recientes, como las redes sociales Twitter y Facebook, los llamados Memes o el omnipresente y casi omnisciente Google. En cualquier caso, como muy bien apunta,  todas estas innovaciones van ligadas a los intereses subterráneos de las grandes empresas y multinacionales que se ven beneficiadas por este desplazamiento de lo real a lo virtual, lo cual llama a interrogarse una vez más por el papel que jugamos nosotros como usuarios de estas tecnologías, y a preguntarse, también,  hasta qué punto la democratización en el acceso a la información ha implicado una mejora sustancial para el conjunto de la ciudadanía. Quizás, el hecho de que la “pantalla encendida” haya acabado por sustituir a la letra escrita es ya, de por sí, muy significativo de las transformaciones vividas en este ámbito tan decisivo. Como dice Serrano, la nueva sociedad de la información «combina lo útil y lo agradable, la propaganda y la ilusión, supedita el sujeto al objeto, el contenido al continente, el fondo a la forma y el mensaje al medio». Especialmente interesantes resultan los capítulos dedicados a analizar las redes sociales y los objetivos ideológicos que subyacen en todo este proceso de conversión, que nos ha hecho pasar de un mundo analógico a otro virtual, modificando con ello todas las pautas humanas de comportamiento frente a la realidad. Al respecto, el autor cuestiona la importancia que se les ha dado como supuesto agente de cambio y transformación social; cambio, por otro lado, solo observable en el mundo virtual y que no deja ser un espejismo que ha despojado a muchos pretendidos intelectuales de sus máscaras. También llama la atención sobre el supuesto carácter progresista y democratizador atribuido a las redes sociales, que no hacen más que reproducir un «modelo de funcionamiento reaccionario y conservador», con jerarquías basadas en el reconocimiento mediático, más que en los méritos intelectuales y académicos de muchos de sus “famosos”. Por todo ello, Pascual Serrano reivindica, como propuestas para superar este nuevo escenario comunicacional multidifuso, recuperar cuanto antes los formatos, los contenidos y las actitudes de antaño: estableciendo redes reales en sustitución de las virtuales; reforzando el protagonismo de los libros como estandarte para la difusión de conocimientos e ideas potencialmente transformadoras, y fomentando una nueva cultura del esfuerzo que pueda hacer frente al nuevo canto de sirenas tecnológico.
 
Si hay que ponerle alguna pega al libro, es quizás su excesiva fragmentación y la sobreabundancia de referencias y citas. Si bien, por su cuidada selección, la sobreabundancia no supone desorientación ni aturdimiento, sino más bien nutritiva sustancia que resulta muy útil para estimular ese sano ejercicio que es la reflexión no autocomplaciente. Cabe decir, por último, y a modo de sugerencia, que un glosario o índice analítico final hubiera sido de gran utilidad para concretar así su marcado espíritu pedagógico.
 
No puedo hacer más, por tanto, que acabar recomendado la lectura de este libro por su claro acento admonitorio y por la rica descripción que hace de los síntomas de esa enfermedad que padecemos, que bien podría llamarse, como sugiere el autor, jibarización. También, y no menos importante, porque concreta con propuestas claras y bien fundamentadas cómo hacer frente al «tsunami de superficialidad y banalidad al que estamos asistiendo» hoy. Su lectura, en definitiva, nos hace tomar conciencia de la herida cultural dejada por ese binomio fatal de las nuevas tecnologías e internet que, igual que una cabeza momificada de jíbaro, ha reducido el vasto y complejo mundo de la comunicación a una mera y bondadosa apariencia.
 
 

*    La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes. Pascual Serrano. Ediciones Península, 2013. 204 páginas. 13’50€

 

 

viernes, 9 de agosto de 2013

ANATOMÍA DE UNA OPRESIÓN


 




Si hoy preguntáramos por la situación de la mujer es muy probable que todos, o una gran mayoría, coincidirían en afirmar que se encuentra en igualdad de condiciones con el hombre, lo que, sin ser cierto del todo, ya significa mucho y es muy revelador del reconocimiento cada vez mayor que tienen las mujeres como sujetos co-protagonistas de la historia. Pero no deja de sorprender que, a pesar de ello, existen todavía muchas reticencias socio-culturales y político-legales a reconocer la “mayoría de edad” de las mujeres en dos aspectos tan relevantes como la prostitución y el aborto, en los que, paradójicamente, sí que son -ellas-, veraderamente, las únicas protagonistas. El libro de Gail Phetereson, Mujeres en flagrante delito de independencia, invita constantemente al tipo de reflexión crítica que conduce a cuestionarse muchas cosas de la sociedad actual; ayuda a comprender de forma breve, clara y concisa qué es lo que hay detrás de dichas reticencias a otorgar plenos derechos a la mujer en todo aquello que le corresponde por derecho propio.

Es imposible mejorar el resumen que Dolores Juliano hace del libro en su excelente prólogo, en donde, además, encontramos valiosas aportaciones que complementan el exhaustivo trabajo hecho por Pheterson. Por ejemplo, ¿quién es consciente de los sistemas de control social que impone nuestra sociedad? Dice Dolores Juliano que, mientras que la vida del hombre sólo está sujeta al control formal impuesto por esta, y que se basa en normas y leyes escritas, la mujer, además de la obligación de responder a estas, está constantemente sometida al control informal, no escrito, que viene impuesto por la tradición, las costumbres o la religión, y que suele ser ejercido tanto en el ámbito privado -por la familia-, como públicamente. Como muy bien apunta: “El verdadero problema no consiste en averiguar por qué una persona decide ganarse la vida con el trabajo sexual, sino en entender por qué la sociedad reprueba de tal manera esta opción, que se transforma en el modelo mismo de las conductas estigmatizadas”.

El libro, como su título indica, parte de la premisa fundamental de que la sociedad de los hombres* no puede tolerar de ningún modo que la mujer sea autónoma e independiente porque ello pondría en grave riesgo el disfrute de unos privilegios que a pesar de considerar como propios, no le son inherentes. Para explicarlo, Pheterson va desde lo micro hasta lo macro, desde el sistema de sexo/género, a los casos clínicos de un hombre y una mujer donde se puede apreciar con claridad cómo opera dicho sistema y qué consecuencias tiene para uno y otro sexo. La desigualdad que esto provoca se manifiesta en ejemplos que la autora considera paradigmáticos. Por un lado, la prostitución -entendida como actividad económica que contraviene las normas legales y la moralidad pública- y cuya falta de regulación y reconocimiento la convierte en la actividad más infamada, social y políticamente; por otro lado, el embarazo/aborto, que a pesar de ser un proceso orgánico que se manifiesta únicamente en las mujeres, es sometido a control gubernamental por medio de leyes que restringen, cuando no prohíben, su interrupción voluntaria. Como recuerda la autora: “En realidad, el aborto practicado en buenas condiciones es catorce veces menos peligroso que un parto vaginal, cuarenta y una veces menos peligroso que una cesárea y a menudo menos peligroso que los anticonceptivos hormonales”. Lo que hay detrás de todo esto, y que es impensable que suceda tratándose de hombres, es el control por parte del Estado de la posibilidad de independencia de las mujeres. En realidad, interesa más el feto en tanto que "futura mano de obra no reconocida como tal", que la propia mujer y sus condiciones de vida. Y si se aparta de la norma tiene que ser castigada, como sucede con las trabajadoras sexuales, que no pueden ejercer libremente su profesión sin ser estigmatizadas por ello. Es interesante, en este punto, saber qué papel juega el feminismo, y Pheterson explica muy bien cuáles son los distintos puntos de vista y sus implicaciones. A grandes rasgos existen dos grandes corrientes feministas, las anti-violencia, que parten de la consideración que todo aquello que menoscaba la dignidad de la mujer (como la pornografía, la prostitución y la  trata de mujeres) tiene que prohibirse y ser erradicado, en tanto que violencia ejercida por los hombres sobre esta –lo que a menudo las sitúa en posiciones pro-gubernamentales. Y las pro-derechos, que persiguen la despenalización de la prostitución y la regulación de esta actividad, con el correspondiente reconocimiento de derechos, al tiempo que denuncian la violencia institucional existente contra las mujeres y que es ejercida por medio de leyes impuestas por hombres.

Si fuera posible hacer un diagnóstico de la sociedad actual, este libro sería una excelente “radiografía social” que nos ayuda a comprender mejor por qué la dependencia de los hombres hacia las mujeres se ha ido transformando, ya desde una temprana edad histórica, en un complejo sistema social basado en el control, la opresión y marginalización de las mujeres -y otros sujetos “débiles” o anormales- por medio del uso de la fuerza y de la creación de un conjunto de imperativos sociales cuya misión es ser interiorizados por cada individuo a través de la cultura. Pheterson introduce conceptos novedosos y, en mi opinión, acertados, que sirven para construir un verdadero vocabulario emancipador de la mujer. Entender qué es el sistema de sexo/género, la sexidumbre, la ideología de sexo o el continuum de retribuciones económico-sexuales en el contexto de las relaciones heterosexuales, puede servir de gran ayuda para comprender el porqué de muchos fenómenos opresores actuales, que implican por igual, aunque de forma distinta, a hombres y mujeres. Sólo por una cuestión de urgencia y desequilibrio históricos, libros como este merecen todo la atención y su lectura está completamente justificada.

 
* Por sociedad de los hombres entiendo a cualquier comunidad humana que se ha fundado, cultural y políticamente, sobre una concepción de lo humano que no incluye a la mujer, a la que se relega a las funciones propias de su condición en tanto que hembra.



Mujeres en flagrante delito de indpendencia. Gail Pheterson. Traducción del José Miguel Marcén. Edicions Bellaterra. Barcelona, 2013. 98 páginas. 12€

 

 

 

 

jueves, 25 de julio de 2013

LA VIDA PERRUNA COMO EJEMPLO

 
 
 
Estando Diógenes el Cínico pidiendo limosna a una estatua, alguien le preguntó por qué lo hacía, a lo que este contestó: “Me acostumbro a ser rechazado”. Esta es una de las tantas anécdotas que podemos encontrar en cualquiera de los dos libros, La secta del perro y Vida de los filósofos cínicos -de Carlos García Gual y Diógenes Laercio, respectivamente-, que desde el año 1987 edita Alianza Editorial en su Biblioteca de clásicos de Grecia y Roma. Por medio de este, y otros muchos ejemplos, conocemos mejor cuál era la actitud filosófica de aquellos hombres -aunque no sólo hombres- que libremente decidieron seguir el estilo de vida cínico. Como muy bien explica Carlos García Gual, el término cínico proviene de la palabra griega kynikoí, y esta de kyón, que significa perro. Esta aclaración terminológica nos permite adivinar el porqué del carácter peyorativo que a lo largo de la historia ha ido adquiriendo esta palabra hasta nuestros días. El perro representaba para los griegos el animal impúdico por excelencia, que no sentía vergüenza por ninguno de los actos que realizaba, «a la manera bestial, pero sin la inocencia bestial». Llamar perro a alguien se convirtió en el peor de los insultos. De ahí surgió la vida perruna (la kynikós bíos), que caracterizó el estilo de vida tan peculiar de los miembros de esta escuela filosófica, también conocida con el nombre de la “Secta del perro”.
 
El cinismo, no obstante, adquirió su fama perruna, gracias, sobre todo, a la figura Diógenes de Sínope, apodado el Perro, que con su irreverencia y causticidad llevó los principios de esta filosofía hasta el paroxismo. Los cínicos no estaban interesados en la adquisición de grandes saberes teóricos, sino más bien en el aprendizaje de saberes prácticos que les permitieran sobrellevar felizmente su vida austera y contemplativa. Antístenes, precursor de esta corriente, fue quien propuso una ética basada en el ascetismo. Ser cínico, implicaba renunciar a todos los bienes materiales y, también, anteponer el cuidado del alma por encima de todo lo demás. Al mismo tiempo, era una actitud frente a la vida, mezcla de indiferencia e iconoclasia. De ahí la estética tan reconocible que los caracterizó, con el manto raído y el morral como únicos atuendos en su vida mendicante. Importaba tanto lo que decían, como la manera en que lo hacían; la risa sardónica, el sarcasmo y la crítica desinhibida y mordaz fueron sus principales armas para atacar sin miramientos a presuntuosos y charlatanes. Con el tiempo, y gracias a su atractiva irreverencia, influyeron a muchos hombres que veían en su modo de vida, una forma de salvación personal con la que poder hacer frente a la profunda crisis política y espiritual que asolaba las polis griegas a mediados del s. IV a.C. Así fue como nació, paralelamente, la literatura cínica, más interesada en desarrollar la parte ideológica, que en practicar la vida ascética. Gracias a ella se renovó el diálogo socrático y se difundieron nuevos géneros literarios como la anécdota, la fábula, la sátira o la parodia.
 
Los tiempos actuales son muy propicios para la reflexión, pero más aún para la subversión y el radicalismo cínicos. La conmoción espiritual que vivimos, sumada a la crisis y decadencia del Estado social que conocíamos hasta ahora, justifican una lectura atenta de La secta del perro, uno de los pocos estudios que existen en lengua castellana dedicados por entero a la divulgación de la filosofía cínica. Entre sus páginas se pueden encontrar ecos de muchos ismos actuales; pacifistas, anarquistas, antisistema y libertarios reconocerán en los cínicos muchas de sus proclamas y celebrarán como propia su actitud frente a la vida. También encontramos sorpresas, como la historia de la que fue, muy probablemente, la primera mujer feminista documentada de la historia; la cínica Hiparquía, que decidió renunciar a todos sus privilegios para entregarse a la vida ascética, al lado del tebano Crates. Ambos libros resultan muy nutritivos intelectualmente y logran estimular el espíritu crítico. La vida perruna, como presupuesto de vida austera y frugal que se resume en el adagio latino omnia mea mecum porto, puede servir de inspiración a muchas propuestas ecológicas actuales. Y moderando su apología radical a la vida conforme a la naturaleza, podemos encontrar en sus proposiciones un verdadero ejemplo de contención a la pulsión materialista-consumista, tan devastadora en nuestros días. Y aún más, encontramos una invitación a desenmascarar mentiras, falsedades y poses que nacen de la vanidad, y que se practican sin pudor entre quienes ostentan los mayores privilegios. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la filosofía cínica fue, en el fondo, una filosofía plebeya.